El próximo 2 de abril, los católicos tendrán el fin de la Cuaresma y el inicio de la Semana Santa. Este es uno de las conmemoraciones más importantes de la Iglesia y que a nivel mundial se realizan diversos ritos para recordarla.
El Domingo de Ramos rememora la celebración de la entrada de Jesús a Jerusalén, donde es recibido con palmas y vítores.
La Semana Santa, conocida también como la Semana Mayor, es un tiempo en el que el creyente rememora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es un tiempo de reflexión y acompañamiento a través de diversos sacrificios.
Las fechas de la Semana Santa varían cada año debido a que la muerte de Jesucristo ocurrió cerca de la Pascua Judía.
Las iglesias se llenan de fieles el Domingo de Ramos portando sus palmas recreando la entrada triunfal de Jesús. Esta va acompañada por el evangelio según San Mateo, desde el capítulo 26, versículo 14 hasta el capítulo 27, versículo 66 que dice:
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”. Él contestó: ‘Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’.
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: “En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro. “¿Soy yo acaso, Señor?”. Él respondió: “El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!”.
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Soy yo acaso, Maestro?”. Él respondió: “Tú lo has dicho”.
Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo”. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: “Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre”. Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo: ‘Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea”. Pedro replicó: “Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré”. Jesús le dijo: “En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces”. Pedro le replicó: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: “Sentaos aquí, mientras voy allá a orar”. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: “¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: “Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: “Al que yo bese, ese es: prendedlo”. Después se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Maestro!”. Y lo besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿a qué vienes?”. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: “Envaina la espada; que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?”.