Cada mañana surge una elección que va más allá del gusto personal: ¿café o té? Aunque en muchos países occidentales el café es la opción predilecta —y protagonista frecuente de noticias sobre sus beneficios—, el té, la segunda bebida más consumida en el mundo después del agua, merece una mirada más atenta.
Uno de los mitos más extendidos es que el té contiene «teína» como si se tratara de un compuesto distinto. En realidad, tanto el café como el té contienen cafeína, aunque la forma en que esta actúa varía ligeramente por la presencia de otros componentes en el té, como los taninos, que modulan su absorción.
El café, originario probablemente del norte de Etiopía, es reconocido por su capacidad para estimular el sistema nervioso central. Su contenido de cafeína y ácido clorogénico no solo promueve el estado de alerta y mejora la concentración, sino que también aporta beneficios antioxidantes y antiinflamatorios. Estudios recientes avalan que una taza de café puede favorecer el rendimiento cognitivo y mejorar la memoria a corto plazo.
Sin embargo, como en todo, el equilibrio es clave. Un consumo excesivo de café puede provocar efectos no deseados, como nerviosismo, insomnio o aumento de la frecuencia cardíaca. Por ello, se recomienda disfrutarlo con moderación.
¿Y el té? Aunque no se profundizó aquí, merece ser reivindicado: también ofrece propiedades antioxidantes, efectos estimulantes más suaves y beneficios que varían según el tipo —verde, negro, blanco, oolong—, convirtiéndolo en una alternativa saludable y milenaria.