Han pasado dos décadas desde la muerte del notario José Javier Cabrera Román, una figura que marcó a toda una generación en la provincia de El Oro. Su historia, mezcla de poder, dinero y tragedia, sigue siendo uno de los episodios más recordados y polémicos en la historia reciente del país.
Cabrera, quien se desempeñó durante casi 40 años como notario segundo de Machala, instauró en esa ciudad un sistema de captación de dinero que, bajo la apariencia de una inversión segura, atrajo a miles de personas. Durante casi trece años, su singular modelo prometía intereses del 10 % mensual, cifras que desafiaban toda lógica económica y que muchos, cegados por la bonanza, preferían no cuestionar.
Los depósitos llegaban desde distintas provincias e incluso del extranjero. Se decía que mensualmente ingresaban entre 40 y 100 millones de dólares, algunos en sacos de yute traídos desde Perú, Chile y Colombia. Todo ocurría a vista de autoridades locales, militares, banqueros y religiosos, muchos de los cuales también confiaron sus recursos a la financiera clandestina del notario.
El colapso y la profanación
El 26 de octubre de 2005, Cabrera murió en Quito, a los 71 años, tras un infarto provocado por un cóctel de viagra, cocaína, whisky y sexo en una habitación del hotel Mercure. Su fallecimiento desencadenó el caos en Machala: los pagos se detuvieron, las oficinas fueron saqueadas y los inversionistas se quedaron sin respuestas.
Semanas después, un grupo de perjudicados irrumpió en el Parque de la Paz, donde reposaban los restos del notario. Armados con palas y barras de hierro, exhumaron el cadáver para comprobar si realmente estaba muerto o si había huido con el dinero. Aquella escena macabra selló el final de una historia que había comenzado con promesas de prosperidad y terminó en desesperación colectiva.
El hombre detrás del mito
En Piñas, su pueblo natal, aún se recuerda al joven José Javier Cabrera como un hombre apuesto y galante. “No decía vulgaridades, era un caballero”, relató en 2005 una vecina septuagenaria, evocando sus días de estudiante. Nadie imaginaba que aquel muchacho educado y reservado, que más tarde llegaría a ser presidente de la Federación Ecuatoriana de Notarios y consejero de la Unión Internacional de Notarios, construiría una red financiera paralela que violaba abiertamente la ley.
Según quienes lo conocieron, Cabrera era de carácter reservado y rehuía el protagonismo. “No le gustaba figurar”, dijo su exrelacionista público, Alberto Chávez Cruz. Pero su discreción no impidió que amasara un poder económico que trascendía fronteras y tocaba a buena parte del aparato social de Machala.
 
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